martes, 6 de abril de 2010

La Vida es una Mierda


Echando un vistazo al Blog de Bugman terminé relatando ciertos detalles de una operación por la que tuve que pasar hace unos días.
Es que, como soy un hombre consciente y respetuoso de cuanta regla políticamente correcta hay en la vida, seguí al pie de la letra los pasos necesarios para realizar una visita al proctólogo. Ocurre que, desde hace años, me bombardean las notas que dicen que, después de los 40 años, todo hombre debe hacerse revisar el culito y el interior de su intestino buscando posibles daños que pueden generar daños mayores. De la misma manera debe procederse con la próstata, la dentadura, las coronarias, las articulaciones y cuanta parte de su anatomía se le ocurra al gerente de marketing de algún laboratorio. No es que sospeche que todo se trata de una burda operación pergeñada por los grandes laboratorios medicinales. No señor. Lo que ocurre es que me picaba el culo cada vez más seguido y, para despejar cualquier connotación sexual, decidí llevar mis pasos hacia el consultorio de un proctólogo.

Gran amigo el proctólogo. Lo primero que observé al saludarlo fue el tamaño de sus manos. Más precisamente el de su dedo mayor. Debo confesar que me tranquilicé. El tamaño de sus dedos estaba dentro de los parámetros normales.
Fue éste buen señor quien, después de revisarme, me dio la buena noticia de que debo operarme las hemorroides pero que, previo a ello, debo realizarme una videocolonoscopía para determinar si no hay algún otro problema mayor en el interior sagrado de mi intestino.

Salí del consultorio caminando como un alumno de secundaria al que acaban de darle 24 amonestaciones. Cabizbajo, mansamente resignado, con la sensación del vencido en la boca del estómago. Esa sensación que te dice que ya no hay vuelta atrás. Que después de hacerme el boludo durante años llegó el momento de enfrentar la realidad. Esa parte de la realidad que te hace sentir minúsculo, profundamente pelotudo e infeliz porque te van a revisar el culo. Si al menos fuera Mónica Belucci quien me lo hace en medio de un desenfreno sexual vaya y pase. Pero no. La realidad iba a ser muy distinta.

Traté de no pensar mucho y saqué el turno para la videocolonoscopía. La amable señorita que me dio las indicaciones previas me explicó, entre otras cosas, que el día anterior al examen, debía tomarme dos frascos de un líquido cuyo nombre ya olvidé y permanecer en ayuno total.
Idiota de mí, pensé que la parte jodida del asunto iba a ser mantener el ayuno total. ¿Cómo mierda hago para irme a dormir sin cenar y sin tomarme el litro de tinto que me relaja mientras miro perder a Boquita?
Jamás pensé que la parte desagradable estaba en tomarse los dos frasquitos del líquido cuyo nombre, vaya a saberse por qué motivo psicológico, no recuerdo y prefiero no recordar en lo que resta de mi reputa vida.
Fue el líquido más amargo y repugnante que tragué desde que nací. Fue como una ola de mar entrando por mi garganta dándome náuseas y escalofríos. Fue una tortura prolongada porque las náuseas las sentí al tomar el primer trago y el puto frasco contenía casi un cuarto de litro. ¡Y cuatro horas después debía tomarme otro!

¡No Dios mío! ¿Viste que no existís?

Tragar el contenido de esos frascos no solo fue la peor experiencia de mi vida sino que su efecto, como deben suponer, era limpiar mis intestinos a fondo para que el doctorcito pudiera mirar mis interiores sin obstáculos visuales. Y cuando digo limpiar a fondo estoy diciendo A FONDO carajo!

Pasé una noche divina. Nunca pensé que mi cuerpo pudiera contener tanto líquido. Es evidente que estamos hechos de agua en un 80%. Si no no me explico de dónde salió tanta. ¡Y de qué manera!

Recordé a Mariano Moreno y lo dicho respecto a su muerte en el mar: "Se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego". Bueno, yo apagué el incendio de Roma y el de las Torres Gemelas juntos. Y todo en una noche. Agarrado con las uñas de las juntas de los azulejos del baño. Sin pronunciar palabra alguna. No porque no quisiera putear. Simplemente no podía ni respirar.

Finalmente, a la mañana siguiente, me realicé el examen. Pálido y vencido me dejé llevar por la enfermera que con cariño me preguntó ¿Pudo evacuar señor?
La miré con ojos llorosos. Ella sonrió, me acarició la mejilla como a un bebé y me dormí bajo el efecto de la anestesia. Soñé con Mónica Belucci.

¿Quieren saber los resultados del examen?
No importan los resultados. Lo importante es competir.
Bye.

3 comentarios:

Gabyvasco dijo...

Hacía varios meses que no me cagaba tanto de risa al leer algo. Lo peor es que te pasó de verdad, así que perdoname, pero lo explicás de una manera...
Gracias por el momento de alegría (aunque se funde en tu tristeza de saber que estás de vuelta)

Samain dijo...

"La miré con ojos llorosos. Ella sonrió, me acarició la mejilla como a un bebé y me dormí bajo el efecto de la anestesia. " Fue como ver pasar tu vida frente a tus ojos, no?

Recién noto lo oportuno del título... je!

Saludos.

Bicente Nario dijo...

jajajaaj buenísimo relato.