lunes, 30 de noviembre de 2009

Morgana


Nuestra relación comenzó su final a mediados del 2000. Fue intensa, dura y bestial. Siempre sometida a la sobrecarga que agrega la ilegalidad de los encuentros ilegales.

La hecatombe económica de esos días, la distancia física que nos separaba y la permanencia de vínculos legales aún vigentes pusieron en evidencia la imposibilidad de lo imposible. "Vete Chico", fueron las últimas palabras que me dijo cara a cara. Y un patético "cuidate".
Así fue que me sumergí en un cotidiano y metódico ejercicio del olvido. Ejercicio duro y prolongado que me dejó callos en el alma y necrosis en un ventrículo. Con la disciplina de un monje tibetano fui borrando imágenes, recuerdos, olores, palabras. Lentamente, todo se fue diluyendo. De aquel infierno que pintaba eterno sólo quedó una meseta de cenizas tibias.

Hace unos días, bajo el mandato de un impulso insólito, disqué su número de teléfono. Atendió ella. La misma voz acampanada con doble registro. La introducción duró poco. Tras las breves palabras obvias fue derecho al grano y lanzó sus cuchillos afilados: ¿Estás acá o allá? ¿De qué vivís? ¿Seguís casado?

Los mismos dardos certeros de siempre. Los mismos deseos. Los mismos intereses.

- Y vos, ¿cómo andás? - le pregunté, después de responder con monosílabos herméticos a su inquisitoria interesada.

- En este momento no estoy muy bien - respondió.

En el mismo instante en que comencé a pronunciar la primera sílaba de mi siguiente pregunta cerró diciendo:

- Igualmente te agradezco que hayas llamado. Chau... -

- Chau -

Colgamos casi al mismo tiempo. Sentimos, creo, la misma desilusión.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Tirando dados

Estoy en uno de esos momentos de mi vida en los que sé que se avecinan problemas grosos. Ya me ha pasado. Ya lo viví.
Nunca pude torcer el destino según mi deseo. Las cosas parecen moverse solas y me van acomodando como se les canta. O siguiendo el deseo de otros.

Mi determinación por alcanzar un destino siempre quedó tapada por determinaciones ajenas o por circunstancias aleatorias.
Leo o escucho a personas que esgrimen un discurso tan sólido y seguro que me siento como un marciano. Me pregunto si realmente creen en lo que dicen o se autosugestionan para no suicidarse. En fin, cada uno tiene su estratagema para pasar los días.

Cualquiera que lea ésto pensará que soy un pelotudo infinito.
Pues no se equivoca.