martes, 28 de julio de 2009

Tinta China


Una de mis frases favoritas es "Vive y deja vivir". Me entusiasma la idea de que cada quien haga lo que se le canta mientras no joda a otro y que ese otro no impida a cualquiera hacer lo que se le canta mientras no lo jodan.

Lamentablemente el mundo no es así. El mundo está lleno de intolerantes y rompepelotas que van desde aquellos empeñados en desatar una guerra bacteriológica a nivel mundial como aquellos otros que, adrede, te interrumpen una siesta dominguera. No sé cuál de las dos acciones es peor pero las dos encajan en lo que quiero decir.

[Yo, por ejemplo, no entiendo como hay gente que pueda ser hincha de River. Pero, ateniéndome a mis principios, trato de comprender y no joder].

Pero dejemos algo tan rastrero e intelectualmente despreciado como el fútbol por el ejemplo que quiero destacar: Habrán observado que, por razones de abundancia o escasez de talento, hay gente que vive de lo que quiere y gente que vive de lo que puede.
Dentro de los últimos existe un grupo especial compuesto por seres que sobreviven practicando actividades cercanas a la magia berreta o al pensamiento mágico irracional (para utilizar un término muy Mario Bunge).
Están, por ejemplo, las decoradoras de interiores que dicen basar sus diseños en el milenario Feng Shui pero fundamentan sus ideas según lo que le leyeron en la revista La Nación de los domingos. Están, también, aquellas videntes que se ofrecen para encontrar objetos y cadáveres desaparecidos que jamás aparecen donde ellas lo indicaron pero, a pesar de ello, son invitadas a programas de TV para explicar el poder "psíquico" de un par de alambres que, sostenidos con sus pulgares, las orientan hacia donde se encuentra el objeto buscado. También están las gitanas que te leen las manos mientras te afanan la billetera pero creo que esas van en otro grupo.

A un nivel mucho más masivo y mediático tenemos a aquellos que escriben libros de predicciones como Horangel o Ludovica Squirru, se llenan de guita con la venta y entretienen a buena parte de lectores playeros durante enero.

En un capa más berreta podemos ubicar a las brujas que te sacan el mal de ojo por cien pesos y a las viejas que te curan el empacho por teléfono y encima lo hacen gratis.

Hay de todo y está todo bien. Que cada quien crea y haga lo que quiera. "Vive y deja vivir". Si te hace bien ¿para qué joder?. Y si, además, esas personas pueden ganarse la vida practicando esas pseudociencias, mejor. Así, cada uno de ellos contribuye a aumentar el valor promedio de ilusión y felicidad general, todos sonreímos contentos ante el futuro brillante que nos espera en el 2010 y soltamos al fin esos pedos atravesados que nos tenían empachados.

Pero hay algo que me molesta. Y no crean que es esta gente y su modo de vida. "Vive y deja vivir", vengo sosteniendo desde el principio y ya estoy rompiendo las bolas con ésto.

Lo que realmente me pone loco es cuando alguna de estas aficionadas fanáticas a cualquiera de esas actividades me quiere dar una explicación "científica" del asunto y empiezan a tirar sus "fundamentos científicos" al aire para convencerme de la legitimidad de sus acciones. Fundamentos científicos tan delirantes que si Newton o Einstein los escucharan se cortarían los huevos con una tiza.

Ocurre que, por esas desgracias de la vida, como ya lo dije en otro momento, soy ingeniero electrónico. Profesión que sólo practiqué durante tres meses para darme cuenta que había perdido 9 años en la facultad rompiéndome el orto al divino pedo estudiando ciencias duras para terminar trabajando como operario jerarquizado y ganando menos, mucho menos, que la secretaria del contador de la empresa. Entonces abandoné todo y me dediqué a otra cosa. Pero de mis neuronas no se borraron los fundamentos básicos de física y electricidad. No me olvidé del álgebra y el análisis matemático. Tampoco perdí la noción de lo que es una medición y su margen de error ni de la diferencia entre error metodológico y error de apreciación.

Me he olvidado de un montón de cosas en la vida pero no de las que me permiten darme cuenta que la pelotuda que tengo enfrente (que contrató la gerencia para hacer más armonioso y habitable mi lugar de trabajo) está diciendo las barbaridades más terribles con tal de convencerme para que ponga un jarro con agua a la izquierda de la impresora Epson C67 que tengo sobre el escritorio. Según ella, de esa manera, la energía contenida en la tinta de los cartuchos no se propaga hacia el éter. De no poner la jarra con agua la tinta emanará (según ella) su energía maldita y afectará mi ánimo con sus efluvios energéticos negativos.

- ¿Cuáles efluvios energéticos? - le pregunto.
- Los que vienen de la energía propia que emana de la tinta - responde con la seguridad de un Nobel de Física.
- Pero, suponiendo que hubiese una energía propia que emana de la tinta ¿con qué la detectás? ¿puedo hacerlo yo? ¿puedo medirla? ¿con qué la mido? ¿qué magnitud tiene? ¿la mido en watts? ¿es infinita? ¿qué pasa cuando se emana toda la energía de la tinta? ¿como queda la tinta cuando pierde toda su energía? -
- La energía de las cosas no se agota - sigue respondiendo la muy tarada.
- ¿Ah sí? - le digo - Entonces ¿por qué no aprovechamos la energía infinita de la tinta de ese cartucho para alimentar al planeta entero y, de paso, darle calefacción a los esquimales y aire acondicionado a los beduinos?-

Hago una pausa para tomar aire y, antes de darle tiempo para otra respuesta delirante, continúo:

- Decime ¿Tiene la misma energía la tinta cyan que la magenta? ¿Y con la impresora láser cómo mierda hago? ¿Y al lado de la vieja Epson de cinta que uso para imprimir facturas qué pongo? ¿un jarro con leche? -

Finalmente, le tiro las últimas y mortales:

- ¿Me podés explicar por qué el agua impediría la fuga de esa energía que se esfuerza en emanar? ¿Y por qué la jarra debe estar a la izquierda y no a la derecha?-

- Porque los cartuchos escriben de derecha a izquierda - me contesta la muy conchuda como diciendo ¿Cómo no te das cuenta?
Noten, además, que me responde retomando solo la última parte de todo lo que le pregunté e ignorando lo anterior. Es hábil. Se tendría que dedicar a la política esta mina.

- No! - le digo, ya un poco caliente. - En la Epson los cartuchos escriben tanto cuando van para la derecha como cuando van para la izquierda! Así que estás hablando al pedo!-

Embalado, como buen pelotudo que soy, agrego:

- ¿Y con la Hewlett Packard que tengo en la mesita qué hago? Porque ahí no tengo lugar a la izquierda y, además, los cartuchos de la HP ya vienen con el cabezal incluído así que imagino que voy a necesitar un tanque y medio de agua para impedir que la energía se escape. Voy a tener que ir a imprimir a la pileta del club para evitar emanaciones energéticas negativas. ¿Qué hago? - le pregunto haciéndome el desesperado para ver si se da cuenta de mi tono irónico.

- No - responde muy displicente. - No hace falta. Solamante tenés que mover la mesita un cacho más para acá y listo.

- ¿Por qué? - le pregunto casi llorando.

- Porque por esa pared pasan los caños de desagüe del edificio y ese torrente de agua es suficiente para compensar la energía de la tinta de los cartuchos con cabezal incluído ¿me entendés?- y se queda mirándome como vaca mirando un tren.

Su caradurez me deja al borde del colapso mental. Siempre terminan sus sentencias con el latiguillo "¿me entendés?" poniendo voz de ganso, entrecerrando los ojos y negando con la cabeza.

Lo que realmente no entiendo es como todavía no maté a uno de estos especímenes cuando tratan de darme esas explicaciones. Sobre todo cuando dicen "¿me entendés?"

Sí, entiendo. En realidad entiendo y me calmo porque me dan lástima y me hacen sentir vergüenza ajena. Tanta vergüenza que no me animo a seguir aguijoneándola. Tanta vergüenza que agarro la mesita de la Hewllet Packard y la corro "un cacho más" hacia la pared. "Un cacho más". Precisión matemática. Fundamentación exquisita.

- ¿Acá está bien? - le pregunto.

- Perfecto - me contesta.