lunes, 21 de diciembre de 2009

Ajo y Agua (revisited)


A fines de 2007 escribí lo que reproduzco a continuación. Hice un copypaste y listo. Nada ha cambiado. Al contrario. La cosa ha empeorado porque a lo relatado debo sumarle los cortes de luz provocados por la empresa de energía más ineficiente del planeta (EPE, Santa Fe). Cobran la energía más cara de Argentina y nos hacen vivir un verano digno de Uganda.
Aquí va el copypaste del 2007:

El 28 de diciembre es el último día del año para hacer trámites bancarios y similares. Prevenido como soy, hice todos los trámites lo antes posible para no tener que sufrir los aprietes típicos de la hora de cierre. Pero me quedó uno traspapelado. Boludo, como siempre, tengo que salir a atravesar el microcentro rosarino en pleno mediodía de diciembre. Me recago en mí carajo.

Para sumar incomodidades hay paro de Municipales. Luego, no hay inspectores que multen, ni guardia urbana, ni zorros grises. Ningún control. Entonces, la mayoría de los animalitos rosarinos se comportan como si estuviesen en la selva. Me cago en tus derechos, parece ser la consigna. Millones de vendedores callejeros cubren todas las veredas y peatonales ofreciendo unos recortes de cuero que lucen peor que la pija de un cerdo disecada. Ellos los llaman "artesanías". Se sientan en la vereda con sus patas mugrientas y sus ojos rojos de vino y porro y te miran pensando cuán pelotudo sos que tenés que caminar con papeles bajo el brazo a pleno sol, puteando porque no se puede avanzar.

Y no se puede avanzar porque millones de viejas sudorosas siguen comprando pelotudeces a cuatro manos. Caminan rodeadas de bolsas que les cuelgan de las manos transpiradas. Bolsas con todas esas marcas de shopping y promociones que me tienen las pelotas más infladas que un Zeppelin.

A la altura de Mitre (yo camino por Córdoba) la vieja puta que viene detrás de mí pela el celular y se pone a hablar. Grita de una manera que vuelve innecesario al celular. Su interlocutor la debe escuchar igual aunque esté a veinte cuadras. Grita y me salpica la oreja con su saliva ácida, vieja de mierda y la reputa que te parió conchuda, qué mierda comiste que te sale ese aliento me recontra cago en vos. Parece una nube de ajo la concha de tu hermana.
Trato de acelerar y despegarme pero es imposible. Hay tanta gente y putos artesanos que apenas se avanza. Si abro un surco hacia la izquierda la vieja aprovecha y sigue detrás de mí. Viene chupada a mi culo como un Fórmula Uno.

Para colmo, aparte de los artesanos, también coparon las baldosas los vendedores de mersadas como vinilos pintados con aerosol con la cara del Che, de Bob Marley, de Maradona, de Sabina. Cualquier mierda venden. Ropa deportiva trucha, gorritos con el logo de Nike, de Adidas... de ¡Armani! Venden camisetas de Ñuls, de Central, de Boca y de River. Hasta ahí lo acepto. Pero también ofrecen camisetas de los Giants de New York y de los Red Sox! Qué puto rosarino se puede comprar una camiseta trucha de los Red Sox me cago en la Arquidiócesis!

Cuando cruzo Corrientes la peatonal se ensancha. Entonces, con más espacio, hago un amague hacia la izquierda y salgo violentamente hacia la derecha. Ni Messi lo puede hacer. La vieja del celular se come el amague y queda varada contra un kiosco de libros. Porque los rosarinos se la dan de cultos y tienen una editorial propia de libros rosarinos que no deben leer ni las hermanas de los autores. Pero el kiosco me sirvió para despegarme de la vieja del celular con aliento a ajo y caminar un poco más tranquilo los siguientes ochenta metros.

Al llegar a Paraguay me frena el semáforo para peatones. Cruzar esa esquina es más difícil que robarle los huevos a un águila. Entonces ocurre lo imaginado: la vieja me alcanza y sigue hablando a los gritos. Se está despidiendo. Hace dos cuadras que se está despidiendo la conchuda olorosa de mierda! Hay mujeres que tardan más en despedirse que en acabar. ¡Qué complicadas que son la reputa madre!

Me quedan dos opciones: o me suicido bajo el torrente de autos que circulan por Paraguay o me doy vuelta y le cago una trompada en los dientes a la vieja olorosa. Como siempre, no me animo a hacer ninguna de las dos cosas. Lo único que obtengo, en consecuencia, es un aumento de presión arterial y un chorro de acidez estomacal por sentirme más pelotudo, más mínimo y más basura que nunca.

Cuando el semáforo nos deja pasar la vieja se va para otro lado. Ya no habla detrás de mí. A esta altura me importa un carajo.
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domingo, 6 de diciembre de 2009

La Nutria


Leyendo el Blog de Laura me vino este recuerdo:

Era yo un pendejo en edad previa a la paja continua cuando trataba de llenar el álbum de figuritas top de ese momento (creo que se llamaba King Kong... no recuerdo bien).

Había varias figuritas difíciles. Una era la Bandera de Mali, la otra era La Fragata Sarmiento y de la tercera no me acuerdo (creo que era la bandera de Afganistán). Pero esa puta colección era casi infinita y también tenía varias figuritas semidifíciles. Por ejemplo: La Nutria.

Debido a una circunstancia fortuita, durante un sábado a la tarde, contaba yo con cinco pesos en mi haber. Cinco pesos eran suficientes como para comprar una caja entera de figuritas. ¡No tres putos sobres de figuritas! ¡Una caja entera mierda! ¿Se dan cuenta o necesitan un Power Point para entender mejor?

Así fue que me compré una caja entera de figuritas ante la mirada envidiosa de mis amigos y enemigos de la infancia. Fui abriendo con placer baboseante cada uno de los sobres de figuritas de la puta caja y sólo conseguí la Fragata Sarmiento y la Bandera de Mali. La tercera difícil no apareció. ¡Me cago en la recontra puta madre del que armó la caja de figuritas!

Igualmente, para compensar algo de felicidad, pude hacerme de varias de las figuritas semidifíciles que me faltaban para completar el álbum. Entre ellas, La Nutria.

En aquella época existían códigos que marcaban que si uno poseía varias figuritas repetidas debía lanzarlas al aire y que cada uno de los presentes agarrara las que pudiera lanzándose sobre el montón, cagándose a piñas, patadas, arañazos o lo que fuera.

Fue así que me quedé con un montón de figuritas semidifíciles en una mano y otro montón de figuritas repetidas en la otra mano. Me paré frente al grupo de envidiosos y anuncié el lanzamiento de las repetidas.

- ¡Arrebatiña! - grité como un tarado lanzando más de cincuenta figuritas por el aire.

En menos de un segundo, cual cardumen de pirañas hambrientas, mis amigos y enemigos se apoderaron de las figuritas que lancé para guardarlas en sus bolsillos.

Satisfecho y ancho miré mis manos. Una estaba vacía y la otra apretaba la pila de figuritas que no había lanzado. Al mirar la primera figurita de la pila que mi mano sostenía me dí cuenta de que, al lanzarlas al aire, me había equivocado de mano.

¡Sí! El Gran Boludo que soy yo había regalado las semidifíciles que me faltaban para el álbum y se había quedado con las repetidas en la mano equivocada.

¿Pueden creerlo? ¿Alguna vez vieron un boludo igual a mí?

Menos mal que a la Fragata Sarmiento y la Bandera de Mali las había guardado en el bolsillo antes de hacer semejante boludez. Si no, me suicidaba cortándome las venas con una Gillette Dorada. Pero regalé La Nutria y otras cuarenta figuritas que casi nadie tenía.

A partir de ese momento, desde esa puta tarde de sábado, me sentí infinitamente pelotudo hasta el día de hoy.

Ahora que me doy cuenta, nunca le conté ésto a mi psicóloga. (Por lo que le va a importar... flaca de mierda... de lo único que se acuerda es de cobrarme y de interrumpirme en el minuto cincuenta)

No me contradigan. Soy un boludo a pedal desde la época de las figuritas. No tengo solución.

Chau... gracias por haber llamado.